Arturo Reyes Isidoro
Noticias
del Imperio (1)
Ana María y Martha (Ortiz Gómez) son dos
jóvenes mujeres que forman parte de la comunidad de los al menos 11 millones de
inmigrantes indocumentados que viven en los Estados Unidos.
Cuando las veo, cuando platico con ellas,
cuando paseo con las dos por California, no dejo de recordar que mientras que
en mi estado la prosperidad fue un eslogan de gobierno y es una aspiración para
millones de pobres, acá se vive y se disfruta.
Ana y Martha se armaron de valor y un día
decidieron ir en busca del sueño americano, dejando, acaso para siempre, su
comunidad, Los Arrecifes, en el municipio de Tatahuicapan, en la Sierra de
Santa Martha, de cara al Golfo de México, en el sur de Veracruz.
(Dice Wikipedia: “El sueño estadounidense,
que es la traducción usada por la Casa Blanca, en general puede definirse como
la igualdad de oportunidades y libertad que permite que todos los habitantes de
Estados Unidos logren sus objetivos en la vida únicamente con el esfuerzo y la
determinación”.) Por lo que se ve, así es.
Luego de las penalidades que implica
internarse en el vecino del norte cruzando “La loma”, el desierto entre Tijuana
y el sur de California, una vez en San Diego, la esperanza de una nueva vida
para los indocumentados comienza a hacerse realidad. No tendrán problemas a
menos que no respeten el orden y no acaten la ley.
El mismo día en que salí de vacaciones viajé
a Tijuana para luego pasar a los Estados Unidos. Cuando a diferencia de un
viaje anterior donde sobrevivían de otra forma, vi ahora dónde (donde además me
recibieron con grandes atenciones) y cómo viven, en mi interior no pude dejar
de alegrarme y de admirarme.
Pensé en Los Arrecifes, un pueblito de unos
dos mil habitantes al que se llega en lancha embarcándose en Sontecomapan, en
los Tuxtlas; pensé en Los Arrecifes con todo lo que implica vivir en un ejido,
en una comunidad rural de Veracruz, cuando vi el confort del que ahora
disfrutan estas veracruzanas, pero también muchos veracruzanos más.
Hablan ya muy bien el inglés, en forma fluida
–una de ellas fue a una escuela pública a tomar un curso de seis meses, de ocho
de la mañana a las dos de la tarde–, se trasladan muy bien en los grandes y
extensos laberintos que constituyen avenidas, puentes, segundos y terceros
pisos, autopistas (free ways), donde nunca esquilman a nadie con casetas de
cobro, y, lógicamente, tienen su propio vehículo, indispensable por las largas
distancias que se recorren para ir de un lugar a otro.
Lo más importante para ellas: tienen trabajo.
Ese sí, trabajo seguro y bien remunerado, que si se saben administrar les
alcanza para llevar bastante bien el modo de vida americano, para pagar renta,
que es muy alta (del equivalente en dólares a diez mil pesos para arriba), y
para enviar a la familia que han dejado en México.
Estados Unidos, sin duda alguna, es un país
de oportunidades. Cuando lo constato, no puedo dejar de volver a pensar en mi
estado y en mi país, donde Oportunidades en un programa de gobierno casi
normalmente electorero. Acá es una realidad constante y sonante, que se vive.
Pienso en la batea, en la piedra para lavar
en el río, en el tendedero de ropa al aire libre para que se seque, cuando Ana
y Martha juntan su ropa por semana y la llevan a las máquinas de las
lavanderías donde por el equivalente a cien pesos lavan toda, la personal, la
de cama, y en otra la secan, la sacan, con la mano la desarrugan, la doblan, y
ya está. En sólo un rato la tienen lista para siete días. La personal, cuando
vale la pena lavarla. Porque la ropa es tan barata que si alguna prenda se
mancha y ya ni se diga si se percute, no buscan desmancharla o salvarla. Simple
y sencillamente la tiran a la basura y corren por nueva. Así se sencillo.
Cuando uno ve, vive y constata todo esto,
entiende mejor por qué miles y miles de centroamericanos arriesgan la vida a su
paso por México a bordo de “La bestia”. Acá podrán encontrar un empleo y podrán
hacer realidad lo que los gobernantes y las condiciones de nuestros países no
pueden ni permiten.
Y por eso intentan una y otra y otra vez
internarse en el país de “Los gabachos”
(así denominan los paisanos a los güeros que nosotros en México llamamos
“gringos”), y aunque los descubran y los deporten harán todos los intentos
necesarios hasta que logren su cometido. Que lo logran los perseverantes.
Al final del 2013, la prensa norteamericana
no ha dejado de hacer la numeralia: Barack Obama es hasta el momento el rey de
las deportaciones y se espera que para 2014 llegue a los dos millones el número
de inmigrantes expulsados de los Estados Unidos.
No obstante, Obama tuvo como promesa de
campaña una reforma integral en materia migratoria que podría abrir el camino a
la ciudadanía a unos 11 millones de personas que viven sin permiso legal en el
gigante del norte. Luego de cinco años, los paisanos esperan que este año pueda
concretarse.
Mientras tanto, nada hace desistir a los
“latinos” de ingresar ilegalmente a un costo, además de humano, de sufrimiento
y de penalidades, altamente económico, pues hoy día, según pude indagar, el
“pollero” cobra ya el equivalente en dólares a poco más de 40 mil pesos
mexicanos.
“Somos mercancía”, me dijo un día Ana. Y es
que no obstante que logren pasar, no entrega a ninguna persona si no se paga.
Martín, a quien vinieron siguiendo, pues emigró mucho antes a California, me platicó
que normalmente pasan grupos de entre 30 y 40 personas. “Imagínate cuánto es de
dinero”, porque la frecuencia es constante. Me atrevería a afirmar que es una
verdadera industria.
Ana pasó hasta el cuarto intento. El miedo lo
perdió en el primero. “Cuando me detuvo la ‘migra’ me dio miedo. Me puse a
llorar. Pero otras mexicanas me consolaron. Me dijeron que no tuviera miedo.
Que nada nos iba a pasar”. Ya habían vivido la experiencia.
Lo que sí, todos con quienes he hablado en
Los Ángeles y sus alrededores me han dicho y asegurado que los policías
fronterizos los tratan bien, contrario a la idea que tenemos de que los
maltratan. “Para nada. Cuando nos detienen nos llevan a un edificio especial
para el caso, nos dan dos paquetitos de galletas y un jugo. En horas nos
devuelven a Tijuana”. Pero van a intentarlo de nuevo.
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