viernes, 10 de enero de 2014

Prosa aprisa



Arturo Reyes Isidoro
Noticias del Imperio (1)
Ana María y Martha (Ortiz Gómez) son dos jóvenes mujeres que forman parte de la comunidad de los al menos 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven en los Estados Unidos.
Cuando las veo, cuando platico con ellas, cuando paseo con las dos por California, no dejo de recordar que mientras que en mi estado la prosperidad fue un eslogan de gobierno y es una aspiración para millones de pobres, acá se vive y se disfruta.
Ana y Martha se armaron de valor y un día decidieron ir en busca del sueño americano, dejando, acaso para siempre, su comunidad, Los Arrecifes, en el municipio de Tatahuicapan, en la Sierra de Santa Martha, de cara al Golfo de México, en el sur de Veracruz.
(Dice Wikipedia: “El sueño estadounidense, que es la traducción usada por la Casa Blanca, en general puede definirse como la igualdad de oportunidades y libertad que permite que todos los habitantes de Estados Unidos logren sus objetivos en la vida únicamente con el esfuerzo y la determinación”.) Por lo que se ve, así es.
Luego de las penalidades que implica internarse en el vecino del norte cruzando “La loma”, el desierto entre Tijuana y el sur de California, una vez en San Diego, la esperanza de una nueva vida para los indocumentados comienza a hacerse realidad. No tendrán problemas a menos que no respeten el orden y no acaten la ley.
El mismo día en que salí de vacaciones viajé a Tijuana para luego pasar a los Estados Unidos. Cuando a diferencia de un viaje anterior donde sobrevivían de otra forma, vi ahora dónde (donde además me recibieron con grandes atenciones) y cómo viven, en mi interior no pude dejar de alegrarme y de admirarme.
Pensé en Los Arrecifes, un pueblito de unos dos mil habitantes al que se llega en lancha embarcándose en Sontecomapan, en los Tuxtlas; pensé en Los Arrecifes con todo lo que implica vivir en un ejido, en una comunidad rural de Veracruz, cuando vi el confort del que ahora disfrutan estas veracruzanas, pero también muchos veracruzanos más.
Hablan ya muy bien el inglés, en forma fluida –una de ellas fue a una escuela pública a tomar un curso de seis meses, de ocho de la mañana a las dos de la tarde–, se trasladan muy bien en los grandes y extensos laberintos que constituyen avenidas, puentes, segundos y terceros pisos, autopistas (free ways), donde nunca esquilman a nadie con casetas de cobro, y, lógicamente, tienen su propio vehículo, indispensable por las largas distancias que se recorren para ir de un lugar a otro.
Lo más importante para ellas: tienen trabajo. Ese sí, trabajo seguro y bien remunerado, que si se saben administrar les alcanza para llevar bastante bien el modo de vida americano, para pagar renta, que es muy alta (del equivalente en dólares a diez mil pesos para arriba), y para enviar a la familia que han dejado en México.
Estados Unidos, sin duda alguna, es un país de oportunidades. Cuando lo constato, no puedo dejar de volver a pensar en mi estado y en mi país, donde Oportunidades en un programa de gobierno casi normalmente electorero. Acá es una realidad constante y sonante, que se vive.
Pienso en la batea, en la piedra para lavar en el río, en el tendedero de ropa al aire libre para que se seque, cuando Ana y Martha juntan su ropa por semana y la llevan a las máquinas de las lavanderías donde por el equivalente a cien pesos lavan toda, la personal, la de cama, y en otra la secan, la sacan, con la mano la desarrugan, la doblan, y ya está. En sólo un rato la tienen lista para siete días. La personal, cuando vale la pena lavarla. Porque la ropa es tan barata que si alguna prenda se mancha y ya ni se diga si se percute, no buscan desmancharla o salvarla. Simple y sencillamente la tiran a la basura y corren por nueva. Así se sencillo.
Cuando uno ve, vive y constata todo esto, entiende mejor por qué miles y miles de centroamericanos arriesgan la vida a su paso por México a bordo de “La bestia”. Acá podrán encontrar un empleo y podrán hacer realidad lo que los gobernantes y las condiciones de nuestros países no pueden ni permiten.
Y por eso intentan una y otra y otra vez internarse en el país de  “Los gabachos” (así denominan los paisanos a los güeros que nosotros en México llamamos “gringos”), y aunque los descubran y los deporten harán todos los intentos necesarios hasta que logren su cometido. Que lo logran los perseverantes.
Al final del 2013, la prensa norteamericana no ha dejado de hacer la numeralia: Barack Obama es hasta el momento el rey de las deportaciones y se espera que para 2014 llegue a los dos millones el número de inmigrantes expulsados de los Estados Unidos.
No obstante, Obama tuvo como promesa de campaña una reforma integral en materia migratoria que podría abrir el camino a la ciudadanía a unos 11 millones de personas que viven sin permiso legal en el gigante del norte. Luego de cinco años, los paisanos esperan que este año pueda concretarse.
Mientras tanto, nada hace desistir a los “latinos” de ingresar ilegalmente a un costo, además de humano, de sufrimiento y de penalidades, altamente económico, pues hoy día, según pude indagar, el “pollero” cobra ya el equivalente en dólares a poco más de 40 mil pesos mexicanos.
“Somos mercancía”, me dijo un día Ana. Y es que no obstante que logren pasar, no entrega a ninguna persona si no se paga. Martín, a quien vinieron siguiendo, pues emigró mucho antes a California, me platicó que normalmente pasan grupos de entre 30 y 40 personas. “Imagínate cuánto es de dinero”, porque la frecuencia es constante. Me atrevería a afirmar que es una verdadera industria.
Ana pasó hasta el cuarto intento. El miedo lo perdió en el primero. “Cuando me detuvo la ‘migra’ me dio miedo. Me puse a llorar. Pero otras mexicanas me consolaron. Me dijeron que no tuviera miedo. Que nada nos iba a pasar”. Ya habían vivido la experiencia.
Lo que sí, todos con quienes he hablado en Los Ángeles y sus alrededores me han dicho y asegurado que los policías fronterizos los tratan bien, contrario a la idea que tenemos de que los maltratan. “Para nada. Cuando nos detienen nos llevan a un edificio especial para el caso, nos dan dos paquetitos de galletas y un jugo. En horas nos devuelven a Tijuana”. Pero van a intentarlo de nuevo.

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