viernes, 17 de enero de 2014

Prosa aprisa



Arturo Reyes Isidoro
El PRI en Veracruz; volver a su esencia
Hace mucho, el PRI en Veracruz dejó de ser un partido político-político para devenir en una organización pragmática, de mero compromiso personal o de grupo, dejando atrás su esencia, sus principios, sus valores, su ideología.
Acaso la pérdida del poder presidencial en 2000 acentuó esa situación, cuando ante el riesgo de que la derecha se afianzara con el riesgo de perpetuarse en la Presidencia, al priismo no le quedó de otra más que alcanzar sus fines sin importar los medios.
Los fines eran no desaparecer, como se vaticinaba entonces que sucedería, y sobrevivir en tanto se rearmaba y se reponía para intentar recuperar la Presidencia, lo que logró en menos tiempo del que se esperaba, en mucho gracias a la desastrosa actuación del panismo en el poder.
Sin Presidente de la república, que era el verdadero líder político de su partido y quien marcaba la línea a seguir, los poderes locales asumieron ese liderazgo que en lugar de privilegiar la fuerza y presencia del PRI, asumió la estructura humana para su conveniencia personal utilizándola y manejándola a su antojo.
En Veracruz se llegó al extremo y se abusó de esa situación, se actuó más pensando en crear una estructura humana para perpetuarse en el poder que en abrir el partido no sólo a la experiencia sino a la pluralidad, a la militancia de años, de carrera, marginando a los viejos priistas y a los no tan viejos, para favorecer a un grupo de jóvenes improvisados sin mística partidista.
El PRI en Veracruz hace mucho que se alejó de su origen, perdió el rumbo y, lo peor, dejó de abanderar las causas populares que le dieron sustento, de ser combativo, para convertirse en sólo un apéndice del Gobierno, en una oficina burocrática más.
Una o dos golondrinas no hacen verano. Los tímidos intentos de crítica y autocrítica, de inconformidad, de defensa de los intereses de los veracruzanos, de la militancia tricolor, por parte de los diputados locales Ricardo Ahued Bardahuil y David Velasco Chedraui, no son suficientes para estimar siquiera que las cosas están cambiando en el PRI estatal. Sus reacciones obedecen más a sus convicciones personales que a una mística partidista, que a una línea política, que a un ejemplo y compromiso de su dirigencia, porque simple y sencillamente no los hay. No hay espejo en qué verse para imitar.
Volver al PRI comprometido con las causas populares, que escuche de veras a su militancia, que incluya a todas las corrientes políticas, que retome y se rodee de la experiencia, que se acerque a la base, que rompa el cordón umbilical con el Gobierno sin dejar de reconocer su parentesco, que ejerza la crítica y la autocrítica, que reintegre al militante que perseguido o menospreciado no tuvo de otra más que refugiarse en la oposición; volver a su esencia, eso y más son los retos que deberán enfrentar Elizabeth Morales García y Alfredo Ferrari Saavedra cuando asuman la dirección de su partido en el estado el próximo jueves 23 en una ceremonia que tendrá lugar a las 7 de la tarde-noche en un acto programado en el Teatro del Estado de Xalapa que presidirán el dirigente nacional César Camacho Quiroz y el gobernador Javier Duarte de Ochoa.
El gobernador Duarte, como jefe político de su partido en el estado, y el dirigente nacional del priismo, Camacho Quiroz, representante además de los intereses del presidente Peña Nieto, han negociado una fórmula que equilibra juventud, vigor y entusiasmo, género, experiencia, madurez y sensatez. Todo eso representan Elizabeth y Alfredo. Incluso, si se quiere ir más allá, los intereses del priismo de Xalapa, la capital del estado, con los de la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, las áreas políticas más representativas de la entidad, de las cuales una y otro provienen.
Un factor que no se debe ni se puede perder de vista es que esta es la primera dirigencia que se designa (formalmente se va a “elegir” la noche del día 23, a menos que haya cambio de fecha de última hora) en Veracruz desde que el PRI retornó a la Presidencia, al poder pleno, y que tiene todas las características de haber sido negociada, consensuada, entre los factores de decisión del priismo del altiplano y los del estado, o, al menos, de haber recibido una propuesta local la aprobación, la bendición del CEN, y, para decirlo en resumidas cuentas, de haber sido palomeada por el presidente Peña Nieto.
Por eso resultan sólo caricaturescas las presuntamente espontáneas muestras de inconformidad de algunos cuantos ante la asunción de Elizabeth Morales García, y quienes las patrocinan no se exhiben más que como unos bisoños, pues la llegada de la ex alcaldesa de Xalapa es claro que no ha sido por mera ocurrencia o por generación espontánea política: responde a intereses del más alto nivel, con lo que se demuestra que el viejo-nuevo PRI está de vuelta y que sus mecanismos de decisión están intactos. Y los aplican de nuevo.
Pero eso mismo implica una grande y grave responsabilidad tanto para Morales García como para Ferrari Saavedra, pues deberán poner al PRI de Veracruz al día. Dos años después de haber asumido la dirigencia nacional del PRI, en 1973, en un memorable acto de análisis de las campañas de sus candidatos a diputados federales, en Saltillo, Coahuila, don Jesús Reyes Heroles decía que en una nueva etapa su partido debía mover conciencias, no ser clientelista, analizar problemas, confrontar puntos de vista y encontrar soluciones, exigir mucha militancia, autocorregirse, eliminar los restos de lo que fue y ya no debía ser, no hacer por rutina lo de antes, proceder, sus responsables, como si fuera su última oportunidad, tener fe, serenidad, calor humano, frialdad cerebral, desechar los residuos de lo viejo. “Si el propósito primordial de la actividad política es modificar la realidad… No es posible tener ideas políticas operantes desconociendo la realidad…”.
A partir del día 23 a ellos corresponderá que, aunque en este año no hay elecciones en el estado, no haya ningún tiempo muerto partidista, revisar y reestructurar así como fortalecer toda su estructura para acometer con éxito la elección federal de 2015 y aceitar la maquinaria tricolor para el gran compromiso que implica la renovación gubernamental en 2016. De lo que hagan este año o dejen de hacer dependerá el éxito o el fracaso.
Pero para nada se debe desestimar el papel central, clave, decisivo que juega en todo esto el gobernador Javier Duarte de Ochoa como líder natural de su partido y de su militancia: en la medida en que logre una gran obra social y material este y los restantes años dará un asidero a los nuevos dirigentes. Pero si eso es importante, más lo será su visión de futuro, su madurez, su decisión política para permitir un trabajo partidista con plena autonomía sin romper el vínculo institucional. Él puede pasar a la historia como el gran gobernador, joven, que permitió que se hiciera realidad el nuevo PRI, el que recuperó su esencia en pleno siglo XXI.

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