Arturo Reyes Isidoro
Dos
cabezas al Tlatoani
Juan Nicolás “Colmillo retorcido”
Callejas Arroyo. El misanteco líder moral de la Sección 32 del
SNTE y presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso local no se
la complicó ayer y sacó a relucir su experiencia cuando los reporteros le
preguntaron sobre el cese de Edgar Spinoso Carrera como oficial mayor de la
Secretaría de Educación de Veracruz (SEV).
“Yo no soy SEV, soy SNTE y Cámara de
Diputados, no podría contestar por SEV”, respondió a su arribo al municipio de
Cosoleacaque como invitado para asistir al acto por el 76 aniversario de la
Expropiación Petrolera, reportó el corresponsal del portal alcalorpolitico.com, Rafael Meléndez Terán.
Según la nota, reiteró que sólo sabía lo que
había leído en la prensa. “Me levanté con esa noticia y no sé si hay escándalo,
discúlpame, soy respetuoso, no te podría dar una opinión que no conozco”. Juan
Nicolás es de la vieja escuela política y simple y sencillamente recurrió al
librito de las reglas no escritas que recomiendan mantener la boca cerrada y no
meterse donde no lo mandan.
Esto me recuerda al coronel Porfirio Díaz,
oaxaqueño, de igual nombre que su ilustre paisano, el viejo dictador del siglo
pasado, con quien fui compañero de equipo en el gobierno de Miguel Alemán
Velasco. Un día hubo una bronca interna, muy fuerte, estando nosotros
presentes, y vi que él no se metió, no obstante que el pleito era entre
personas de su área.
Cuando le pregunté por qué no lo había hecho,
me respondió con un dicho que había aprendido en las filas del Ejército y que
me quedó muy grabado y que me recordó lo que yo ya sabía y que aplicaba
(siempre he pensado que entre motivos por eso sobreviví 30 años adentro sin
mayores problemas): ni comisión que no me toque ni orden que no me manden, o
sea, no te metas adonde no te llaman, o, si te metes de Cristo puedes salir
cruxificado.
Otro que anduvo ayer como que la virgen le
hablaba fue el secretario de Educación de Veracruz, Adolfo Mota Hernández,
quien ajeno a lo que sucedía en su parcela estuvo también en el sur cumpliendo
una encomienda de su jefe y amigo el gobernador Javier Duarte de Ochoa:
recibió, atendió y regresó al aeropuerto de Canticas, en el municipio de
Cosoleacaque, al gobernador de Hidalgo, José Francisco Olvera Ruiz, quien
asistió como invitado del presidente Enrique Peña Nieto al acto conmemorativo
de la Expropiación Petrolera.
La misión que se le encomendó no es más que
reflejo de la confianza depositada en él y que lo aleja de cualquier sospecha
con que lo quisieran involucrar en lo recientemente sucedido.
En este maremágnum, quien sale fortalecido es
el secretario de Finanzas y Planeación, Fernando Charleston Hernández, pues ya
no habrá quien contradiga sus decisiones, que finalmente eran las del
gobernador.
Qué cosas. El agua siempre vuelve a su cauce
y finalmente toma su nivel. Al relevo en la oficialía mayor de la SEV entra
Vicente Benítez González, ex tesorero del Gobierno del estado, quien carga
injustamente con el estigma de haber sido el culpable o el responsable del
escándalo aquel por los 25 millones de pesos que retuvo la policía federal en
el aeropuerto de Toluca.
El master en Economía, oriundo de los
Tuxtlas, becado por Fidel Herrera Beltrán en la Universidad Católica de
Compostela en Chile, lo que le valió que entre sus amigos lo conozcan como “El
chileno”, lo sacrificaron convertido en chivo expiatorio cuando buscaron a un
culpable por el escándalo, y un escueto boletín de prensa, quizá intencional,
lo inculpó y cesó cuando el gobernador Javier Duarte de Ochoa aún no tomaba una
determinación final.
Lo que se sabe de muy buena fuente es que
aquél dinero sí era para pagar, pero nada que ver ni con la fiesta de La
Candelaria ni con la Cumbre Tajín, como se dio una versión oficial, y menos
para la campaña de Beatriz Paredes Rangel, que aspiraba entonces a ser la jefa
de Gobierno del Distrito Federal, ni para el entonces precandidato Enrique Peña
Nieto, sino para un compromiso con una empresa televisiva.
Pero había que tratar de parar el escándalo,
y al final a él se le culpó cuando no tenía nada que ver con el asunto, pero
aguantó vara, como diría Gina Domínguez, y a eso se debe que lo hayan mantenido
en el gobierno y ahora lo reivindiquen en un cargo mayor.
Sobre las causas de los ceses de Spinoso y de
Gabriel Deantes como subsecretario de Administración y Finanzas, con el tiempo
tal vez se sabrá la verdad, que ahora todo será especulaciones, pero sin duda
cómo debió haberle dolido tomar esa decisión al gobernador Javier Duarte de
Ochoa, otrora amigo de los dos, gran amigo, muy amigo de ambos.
Pero algo grave, mayor, una poderosa razón
debió haberlo obligado a actuar como lo hizo. De Deantes, para nadie del
mundillo político y periodístico, al menos en Xalapa, era un secreto su
escandaloso enriquecimiento, luego de que llegó a la capital del estado en un coche
de modelo atrasado, procedente de Tampico donde vendió una mueblería que tenía
con su familia. Hoy es multimillonario y sus propiedades y riquezas son objeto
de la curiosidad y señalamiento de la fama pública. Sin duda alguna defraudó la
confianza de su amigo a la vista de todos pero desde hace mucho.
De Edgar Spinoso resulta más extraño lo
sucedido dado que siempre ha sido parte de una familia con muchos recursos
económicos e incluso hasta hace unos días se le consideraba ya como virtual
próximo candidato a diputado federal por el distrito de Martínez de la Torre,
posición que por cierto le ofrecieron en los dos pasados procesos electorales
federales y la rechazó.
Ayer hasta en la tarde no sabía nada de su
cese. Se enteró por los medios, hasta que al anochecer lo mandaron traer de
Palacio de Gobierno y supo que ya estaba afuera.
En el pasado sexenio, un día el entonces
gobernador Fidel Herrera Beltrán me pidió que lo acompañara a su casa
particular de Las Ánimas para realizar un trabajo. Nos sentamos a una mesa y de
pronto me sorprendió que sólo dos personas aparecieron, porque pensé que
estábamos solos: Javier Duarte de Ochoa y Edgar Spinoso Carrera, lo que me dio
idea de la confianza que gozaban del mandamás, pues literalmente se podían
meter hasta la cocina de quien mandaba en Veracruz, y de que eran muy buenos
amigos.
El lunes, aquella amistad se terminó. La
política se impuso, acaso la famosa razón de Estado. ¿Exactamente qué pasó?
Sólo Javier Duarte de Ochoa lo sabe con precisión. Ahora el resto del equipo ya
lo sabe muy bien: su jefe, acaso el amigo de muchos, no dudará en actuar si lo comprometen o
constituyen un motivo para que lo juzguen. Javier Duarte de Ochoa ya decidió
que se va a salvar y que no dudará en soltar a quien sea y que se lo lleve la
corriente.
¿Por qué precisamente cortó y entregó las dos
cabezas al presidente Enrique Peña Nieto, cuando el Tlatoani vino al estado,
como en un ritual azteca para calmar a los dioses?
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